Se siente como si el mundo se acabara. El mundo como lo hemos conocido. Cada vez que vemos las noticias, hay otra estadística negra con datos lúgubres, apuntando directamente hacia el abismo. Por meses hemos estado secuestrados en nuestros propios hogares. Hemos sido aislados de nuestras comunidades, aislados de nuestras amistades, aislados de nuestras familias. Ni siquiera podemos besar a nuestros propios padres. Tenemos miedo hasta de nuestro propio aliento.
Hemos perdido ingresos económicos. Hemos perdido trabajos. Hemos perdido a gente que amamos. Hemos perdido nuestra simple esperanza por el futuro.
Estos son los momentos que tienen el potencial de destruirnos. Miramos a nuestro alrededor -con ojos sufridos por el shock – y vemos que el mundo está tan lleno de miedo y desesperación, mucho más de que lo habíamos conocido antes – y sentimos los dedos fríos en nuestra garganta, intentando asfixiarnos. Pero también es en estos momentos, despojados de las distracciones banales de nuestra vida anterior, donde nos damos cuenta quienes somos de verdad. Qué es lo que realmente nos importa. Finalmente, por primera vez, hay suficiente silencio alrededor nuestro, que nos permite oír las sutiles notas de una canción, desde nuestro interior, que nos hace recordar que hay algo más importante, algo más profundo en esta vida, de lo que anteriormente sentimos, solo una clave de su existencia. Escucha esta canción. Va hacia lo más profundo.
Los desafíos frente a nosotros, parecen arrolladores. Pero no lo son. Las fuerzas en el mundo parecen más grandes que nosotros. Pero no lo son. Y sabemos que no lo son, porque mientras las circunstancias actuales de tanta fricción, han borrado nuestro sentido externo de seguridad, es ahora cuando nuestro núcleo aparece, al fondo vemos que está hecho de diamantina fuerza.
Para cada empuje, hay un hallazgo.
Para cada acción, se requiere por definición, una reacción con la misma fuerza.
Esta pandemia ha parado la economía, la sociedad – las interacciones humanas – a una escala global.
Nuestra reacción va a ser de la misma magnitud. Cada uno de nosotros tiene frente a sí mismo una elección, y es nuestra elección, para marcar este momento como el: entonces de antes y el ahora del futuro. Y es el ahora del futuro, el que va a definir a nuestras comunidades, nuestra cultura, y nuestro futuro como seres humanos.
Cruzando el Ecuador en bicicleta, es una meta de locos. Significa cicleando en aguaceros congelantes, pulmones ardiendo por falta de oxígeno, llantas pinchadas, marchas rotas, y tantas miles de cuestas causadas por las imponentes montañas andinas. Pero, si lo podemos lograr, sería un símbolo que muestra, que sueños de locos pueden ser realidad.
Es un caso de prueba para comprobar el punto, es la chispa, el punto de no volver, el catalizador para que otros vean y crean que ellos también pueden salir de esta oscuridad, y podemos unirnos para luchar por nuestro futuro. A luchar por la esperanza. Tener la fe que esa esperanza no haya muerto con este virus, sino que esa esperanza este muy viva en cada persona conectada a un ventilador, peleando por respirar; la esperanza está muy viva en cada niño que aun nace en este mundo – ojos llenos de asombro- y la esperanza muy viva en las manos unidas, dedos entrelazados – manos extendidas tras el miedo que nos divide, formando un estrechón de manos para construir este nuevo y valiente mundo.